Hasta donde el viento me lleve, hasta donde la suerte me acompañe!
La vida es un camino, que siempre tiene un final, hay que disfrutarla con alegría, ya que vivir es una casualidad.
El jueves 12 de marzo, aún acudí al gimnasio al que habitualmente iba.
El viernes 13, anduve por el río que nos lleva, unos 9 Km. llegando a casa muy cansado, es un recorrido que suelo hacer a menudo, por el placer de disfrutar de la hermana naturaleza.
Cuando regresas a casa; sientes la paz del caminante, que vuelve sabio sin haber ido a ninguna parte.
Es día 14 empieza el confinamiento, tengo ya algo de fiebre; pero sigo haciendo vida normal, ya que no sabía que podía ser efecto del virus.
Entro en un gran supermercado, con gran afluencia de gente, sin protección aún de geles, mascarillas, ni guantes, cercano a mi casa en el centro la ciudad; quedando asombrado al ver las estanterías arrasadas y medio vacías, es en ese momento cuándo tomo conciencia de la realidad, del miedo de la gente, a lo que podía suceder con el coronavirus, aún no se había manifestado la pandemia claramente, aunque ya los medios de comunicación estaban alertando sobre sus posibles efectos.
Los dias14 y 15 recojo a un familiar en Centro de Día con el que convivo a la vez que con mi mujer, aun sin protección ninguna, a partir de ese día queda cerrado el centro por el Covid19, mis familiares con los que convivo, aparentemente no se contagiaron.
Sobre el 16/17 de marzo, encontrándome ya mal, llamo al teléfono del COVID19 diciéndoles los síntomas que tenía, me dicen que cómo no tosía, etc, no era coronavirus.
Yendo el 18 a mi médico de cabecera que me receta paracetamol, por mis fuertes dolores de cabeza y fiebre, me atiende sin protección alguna, aún se estaba gestando la tragedia de lo que iba suceder poco después en España, ni los sanitarios tenían medios de protección adecuados, ni sabían a lo que se enfrentaban.
Vuelvo a llamar al teléfono del COVID19 aproximadamente el día 22 de marzo, ya en la cama, diciéndome por lo que les comento, que no doy el perfil de tener el virus, ya que no tosía….
El día 23 vuelvo al médico de cabecera ya estando bastante mal, me manda paracetamol y amoxicilina.
El día 26 llamándole por teléfono, al ver que seguía mal me manda hacer una placa, ya llevaba unos días en la cama, llevando en casa incubando la enfermedad unos doce días.
Ese mismo día, llama de nuevo mi mujer al teléfono del COVID19, publicitado en los medios de comunicación, ella se da cuenta que respiro mal, quien atiende al teléfono dice que me ponga yo al teléfono, al escucharme hablar fatigado, me envían una ambulancia que llega unas dos horas después, subiéndome a ella por mis propios medios; antes me dan unos guantes y una mascarilla que me pongo antes de subir y aquí comienza la aventura hacia la vida o la muerte, cualquiera de las dos podía suceder, en el Hospital Princesa Sofía de León, al que llego medio derrotado, sin fuerza alguna cómo un pez enganchado en la caña, agotado de luchar.
Entro por urgencias, allí mis fuerzas ya no existían, igual me daba que me pusieran con los vivos, que con los fallecidos, mi mirada estaba perdida y sin emoción, derrotado como Quijote, en sus mil batallas.
Me hacen las pruebas del COVID19, doy positivo, más analíticas y placa del tórax, donde se confirma neumonía bilateral… (los dos pulmones afectados).
Me suben a la habitación 117, ya era de noche observé por los ventanales, por los pasillos, las sombras de las sombras, también eran noche emocionalmente y físicamente en mi corazón.
Me conectan mascarilla del oxígeno inmediatamente en la habitación, me ponen paracetamol, y antibiótico, seguía desfallecido, más los medicamentos como la hidroxicloroxquina, antivirales, etc. empezaron a hacer su función.
Eran los sanitarios, unos seres angelicales; vestidos con trajes espaciales, que se hacían ellos mismos muchas veces, con bolsas de basura y pegaban, con el pegamento del amor a raudales.
En el tiempo que estuve, nunca les vi la cara, así que si me los encuentro por la calle sería incapaz de reconocerlos.
La puerta siempre cerrada, entraban lo imprescindible para atender en lo necesario, la comida, cubiertos y bandejas, todo desechable, que se tiraba dentro de un contenedor, ya que no podía salir nada, de lo que entraba en la habitación.
La médica, al día siguiente de mi ingreso, me confirmó que la prueba de ingreso diera positivo.
Le digo si me podían alguien ayudar a ducharme ya que no tenía fuerzas, me dijo que esperara a mejorar.
El segundo día; ingresa a mi lado con una tos horrible y con mascarilla, un enfermo con lo mismo, coronavirus; al escucharlo toser desmesuradamente, pensé; de aquí no salgo vivo. Ya avanzada la noche empeoró, no podía respirar, vino el médico con las enfermeras, yo miraba fijamente el techo no me importaba la vida ni lo que sucedía a mi alrededor, el médico me acarició levemente la muñeca, ni le miré de lo mal que me encontraba.
Y al tercer día de mi ingreso milagro!!!! .Del oxígeno y medicación, sin fuerzas para levantarme de la cama mejoré repentinamente, aunque el oxígeno me reclamaba, seguía respirando mal.
Empecé a levantarme al sillón conectado al oxígeno, a dibujar a seguir escribiendo mis poesías como siempre y colgarlas en las redes, ahí empezó la alegría por la vida, cientos de amigos, me conectaban por ese medio. Me dejó una enfermera un bolígrafo y unas cuartillas, ellas fueron mi complementaria medicación…
Ya pude darme una ducha maravillosa, como con perlas de lluvia caídas del cielo, de mi Asturias querida, que tanto como a León amo yo.
Vino a vernos de nuevo un día, el médico que me prestó su atención, cuando yo estaba tan enfermo con aquella caricia tan humana, le pregunte su nombre le explique lo sucedido dándole las gracias, me dijo Rafa; nunca vi su cara, pero vi su alma blanca y su corazón!
Doce días de hospitalización; nunca temí morirme, porque estaba tan mal que igual me daba, sería lo que tuviera que ser; la suerte estuvo de mi parte, como varias veces que vi en el camino de la vida, la sombra de la muerte.
Con mi mejoría; me asomaba a los ventanales de la habitación, observaba a un halcón peregrino, cazar delante de mi ventanal, en eso me entretenía, entre otras cosas; así como ver la naturaleza, los caminos culebreros de la Candamia a lo lejos, que suelo disfrutar todo el año, cada flor cada hoja caída en otoño, cada rincón.
Ya de noche; veía también la gótica e inspiradora, catedral de León…
Dibujé el antiguo hospital, acompañado de una poesía, que dedique a los ángeles sanitarios y todo el personal del hospital. Cuando me fui lo dejaron pegado en la habitación, diciendo que ahí permanecerían por mucho tiempo, nunca sabré como agradecerles toda su atención.
Cogí un taxi allí en el hospital camino hacia la libertad, acababa de renacer; de nuevo volví a volar, pues mi alma ya era, sueño de libertad!
Se jugaron su vida para salvarme la mía, ¿qué más se podría esperar?
Ángel Fernández Fernández (León).